La Habichuela cumplió un mes justo en el día del padre y me hacía mucha ilusión hacerle un buen regalo al Mozo. Mi idea inicial era regalarle uno de esos marcos en los que imprimes la huella del pie y de la mano de tu retoño (que además, me parece un recuerdo superbonito). Pero hemos tenido un problema logístico y no pude comprarlo a tiempo (por internet lo miré pero tampoco me aseguraban que llegara a tiempo.
Total, que me lié la manta a la cabeza para hacer yo misma el regalo. ¿Cómo? Pues con pasta de sal, que aprendí a hacerla cuando contaba con diez tiernos añitos y teníamos una tutora loca por las manualidades (Tomasa, gran profesora que recuerdo con muchísimo cariño). No sabía si me acordaría de las proporciones pero recordaba más o menos la consistencia así que, como cuando era una niña, me puse a ello sin contar con que ahora tengo una Habichuela demandante a mi cargo.
¿En que se ha traducido todo ello? Pues que el regalo llegó con bastante retraso pese a ponerme a ello una semana antes y que estuve tentada en muchos momentos de irme a la tienda a por el bendito marco con pasta comercial ya preparada. Sin embargo, vencí a la tentación y el día del padre al Mozo le llegó una tarjeta en la que ponía que próximamente se le haría entrega de su regalo porque cierta Coquito (que es como él la llama) no había permitido que Mamá llegara a tiempo (cielos, soy una de ESAS madres que le echan la culpa de los retrasos a sus bebotes xDDD).