Mi suegra es la quinta hija de una familia de siete hermanos. Son originarios de un pueblo de Extremadura, un pueblo que a día de hoy aún podría clasificarse como perteneciente a la España profunda. En ese pueblo la vida era dura y su madre se encontraba prácticamente todo el año sola a cargo de casa, hijos y tierras. El abuelo del Mozo trabajaba fuera y solo aparecía un par de veces al año, encargaba otro hijo y se marchaba de nuevo a tierras lejanas.
En esas circunstancias se entiende que la mujer fuera disgregando la familia. A las hijas mayores las mandó enseguida a servir a Francia. Eran apenas preadolescentes pero eran tiempos de penuria y miseria. Al hijo mayor lo mandó a trabajar a la capital. Los dos pequeños eran retrasados y se quedaron con ella en el pueblo, ayudando con el huerto y los animales. Y a mi suegra le tocó irse interna a un colegio de monjas del que solo podía salir una o dos veces al año para volver a casa por vacaciones y Navidad.
Así que mi Suegra creció alejada de su familia, entregada a las monjas y ese colegio fue todo lo que conoció en este país que vivía agarrotado por una dictadura monstruosa.
Mi suegra fue educada como las mujeres de la época: eternas menores de edad que eran propiedad de otras personas. Sus padres o sus maridos. Ser una solterona era casi peor que ser una madre soltera. Mi suegra sigue arrastrando esa educación y muchas veces tengo que parar al Mozo porque no termina de entender el porque su madre no es capaz de hacer multitud de cosas sola. Y pese a esa educación limitada, mi suegra tuvo la capacidad suficiente para ir eligiendo y decidir (en lo poco que la dejaban) hacia donde dirigir su vida.
Cuando terminó sus estudios tuvo dos opciones: volver al pueblo a vivir bajo el yugo de su madre (que debía ser una suerte de Bernarda Alba de manual), con sus dos hermanos pequeños, en una casa que no conocía, rodeada de gente a la que no estaba apegada, o quedarse en el convento. Y eligió lo segundo: quedarse y empezar a prepararse para pronunciar los votos.
Lo consiguió y se ordenó como monja. Ella pensaba que iba a quedarse en el colegio que ya conocía pero la Orden tenía otros planes y la mandaron lejos, a un colegio de Castilla la Mancha, donde entraría a cuidar a los niños más pequeñitos del internado. Mi suegra guarda muy buenos recuerdos de ese convento y la verdad es que cuando lo describe parece que hablara de una comuna hippy-comunista. Es muy curioso.
Ella cuenta que en ese convento todas eran iguales. Que a la Superiora había que tratarla con 'algo más' de respeto pero que trabajaba como una más. Y allí pasó nueve años de su vida. Nueve años trabajando en comunidad, recibiendo cada vez más responsabilidades. Pasó de cuidar a los niños durante el descanso nocturno a ser la responsable del comedor y más adelante, a ser profesora de labor, dibujo y baloncesto. Si señor. Mi suegra. La monja jugadora de baloncesto. El Mozo alucinaba imaginando a su madre en hábito, botando y encestando una pelota >_<.
Los años pasaron y su hermano mayor la contactó desde Madrid. En la Inclusa hacía falta personal y a su madre no le iba demasiado bien. El dinero que enviaban las hermanas de Francia y él desde Madrid parecía no ser suficiente. Le contó que en Madrid se hacía buen dinero y mi suegra no se lo pensó: abandonó la orden, colgó los hábitos y viajó hasta Madrid, ya como seglar.
<< Continuará....>>